viernes, 18 de febrero de 2011

El Viaje

La idea de hacer un viaje de aventura siempre hizo parte de mi vida porque para mí aventurarse es una buena forma de vivir y, en últimas, la más espontánea. Me gustan los riesgos, los desafíos; la adrenalina que se libera cuando se toma una decisión sin saber qué sigue. Pienso que esa sensación de vacío es lo que permitirá llenarte luego y más importante aún, sorprenderte. Dicen los sabios que cuando se toma una decisión correcta el universo conspira para mostrarte el camino a seguir. A mí me ha pasado y esto me llena de confianza y fortaleza interior para atender el llamado de la tierra y poder escuchar las señales. Alguna vez me dijeron que los gatos abrían puertas mágicas y lo comparto; yo siento que Tara me hizo descubrir otro pedazo de mi alma y eso que para la astrología tradicional, ya soy una leoncita.

Trabajé en ElPaís hasta hace poco y tengo que confesar que cuando renuncié (disfrutaba mi trabajo así la decisión no fue fácil), lo único que tenía claro es que quería viajar y que iba a empezar por Suramérica y en carro. No tenía rutas, ni costos ni logística alguna, pero renuncié precisamente porque lo que necesitaba era tiempo para poder  organizar la travesía. Como era de esperarse, la primera reacción de mi familia fue angustiarse y darme la espalda. Para ellos siempre he sido la hija rebelde y este debía ser mi último capricho. Tengo que decir que lo más difícil de mi vida ha sido reconocerme como oveja negra y tener que afrontar que mis anhelos, tan ajenos a los ideales convencionales de mi familia, han significado la intranquilidad para unos papás que están mimetizados dentro de esta sociedad caleña. Sin embargo, lo paradójico de todo es que siempre me he sentido protegida por ellos y sé que aunque no comparten todas mis decisiones, su amor es incondicional y esa es una bendición indeleble en la vida de cualquier ser humano. Entre esforzarme por encajar o engañarme para sacrificar mis sueños, escojo volar para jamás traicionarme a mí misma. 

Este sueño comenzó compartido y desde entonces sólo ha tenidos cambios consecuentes con el fluir de la vida misma. La idea del carro se fue poco a poco desvaneciendo por una razón muy sencilla: el clima. Si mi intención era viajar sin noción de tiempo, entonces el carro sería una limitante. Curiosamente me he sentido más libre desde entonces, más liviana, más estratégica. Y es que este viaje será mucho más creativo de lo que pensé en la medida que voy a explorar todos los medios de transporte posibles. La adrenalina me invade y mi viaje se aproxima. Estaré en Ushuaia el 17 de marzo luego de 2 días de vuelo (el 15 hago escala en Lima y el 16 en Buenos Aires). Hace poco vendí mi casa porque necesitaba desapegarme de aquello material que tanto confort le ofrecía a mi 'jaula'. Construí, con la ayuda de 2 talentosas artesanas y amigas, un espacio mágico que reunía cualquier cantidad de detalles para que yo me sintiera en el cielo. Así fue durante 2 años y lo agradecí disfrutando mi espacio cada día. Yo tenía el mundo en mi casa y todos los colores fueron bienvenidos. Ahora, quiero llevar algo de mí al mundo para contagiarlo de sueños y alegría. Ya no me interesa sentir el cielo en la casa, pues no en esa casa, sino en la casa de mi alma, en el único lugar posible desde donde se puede compartir desinteresadamente.

El cambio ha sido literal ‘casa por mochila’ y me aterra pensar que de ahora en adelante toda mi vida estará sobre mi espalda. ¡Qué responsabilidad! Habrá que fortalecerla. Hoy mis sueños están atrapados en el alucinante trópico de mi tierra Pacífica, pronto, desde el polo sur, empezaré a liberar mariposas. 




martes, 15 de febrero de 2011

La vida con Tara

Tara es una gata persa. Dicen que los bigotes de los gatos son como antenas que miden las distancias entre su cuerpo y el objeto… yo sólo sé que la distancia entre Tara y yo es que ella hace parte de mi y yo soy toda ella. Lo demás es simple teoría. Pero Tara tiene los bigotes más largos del mundo y entonces sólo pienso que la locura es contagiosa.

Tara es borondera y consentida. Tiene mucho de gata, supongo: le gusta la noche y seguro es lunática; ronronera, curiosa, persigue el silencio en las alturas y las mariposas en el jardín de la casa. Le queda difícil camuflarse. Pero Tara no es para nada una gata común: ella come frutas, sobretodo granadilla. Me acompaña a todas partes y tiene la costumbre de lamerme un ojo cuando sigo dormida y ella ya se ha levantado. Tara sabe que es una gata nómada; parte de su particularidad consiste en que a pesar de la territorialidad de su esencia felina, ella comprende que más importante que los lugares son las personas y que vayamos donde vayamos el hogar se lleva siempre en el corazón

La primera vez que le dije a Tara que aún era muy chica para tener gato fue justo después de tres noches tortuosas con su primer calor. Al salir de la ducha encontré la que sería su primer ofrenda de torcaza desplumada. ¿me estaría respondiendo que está lo suficientemente adulta? Tal vez. Pero mi preocupación nunca fue su biología sino que se enganchara con cualquier gato callejero. Una gata en celo es peligrosa y Tara entraba en celo cada tres semanas. Las gatas no tienen ciclos reproductivos como los perros; ellas entran en calor por estímulo pero el vagabundo que la rondaba desapareció hace poco del tejado. A mi también me rompieron el corazón pero por suerte tengo a Tara que se arruncha conmigo. Estoy pensando que he repetido el número 3 muchas veces y es que para mi el tres es un número místico dentro de la composición del universo y quiero creer que es porque Tara completa cualquier vacío entre sujeto/objeto y yo.